Las tendencias políticas en México han sido consistentemente contracíclicas frente a lo acontecido en el resto de la región durante las últimas dos décadas. Así, mientras que varios de los países principales del continente giraban a la izquierda a inicios de los años 2000, México permaneció bajo gobiernos conservadores. Hoy en día, con el conservadurismo en alza, México ha vuelto a salirse de la tendencia al elegir a Andrés Manuel López Obrador (AMLO), una figura izquierdista con tintes populistas. Aunque este patrón original sin duda refuerza las singularidades del caso mexicano, haría bien AMLO en prestar atención a las lecciones ofrecidas por los éxitos y fracasos de los recientes gobiernos de izquierdas en América Latina. De hecho, el arranque tardío de AMLO puede facilitar el aprendizaje político a partir de las experiencias izquierdistas en la región.

La victoria de AMLO sugiere que quizás nos hemos dado demasiada prisa en escribir el obituario del giro izquierdista en América Latina. En cualquier caso, la izquierda no debería conformarse con culpar de su renovada decadencia a la mala suerte (la muerte de Chávez, el fin de la burbuja de las materias primas) y a las conspiraciones de la derecha (tales como la destitución de Dilma Rouseff y Fernando Lugo, o el encarcelamiento de Lula). Los líderes carismáticos no son eternos y las burbujas no duran para siempre, a diferencia de la buena salud de los conspiradores. Echar la culpa al comportamiento de actores externos a la izquierda siempre sirve para aliviar el dolor, pero apenas para conformar una nueva plataforma programática que convenza a las ciudadanías de que la izquierda está preparada para volver a gobernar efectivamente. Quizás el camino más prometedor consista en reconocer los caminos radicalmente distintos que los gobiernos de izquierdas adoptaron en la región, y en tratar de identificar cuáles son los principales factores que condujeron a resultados tan diversos.

Si la categorización de la izquierda entre socialdemócratas y populistas no nos sirve para explicar resultados tan diversos, ¿qué podría servirnos?

Tras más de una década en el poder, algunos gobiernos de izquierdas acabaron produciendo caos político y económico – en particular, Venezuela, Nicaragua y Brasil – mientras que otros han sido capaces de permanecer en el poder con relativamente amplias bases de apoyo, economías robustas e instituciones sólidas, como es el caso de Uruguay y Bolivia. Curiosamente, esos caminos diferentes no cuadran de forma perfecta con la tradicional división entre “buenos” izquierdistas y “malos” izquierdistas, entre socialdemócratas y populistas-bolivarianos; una división que atrajo el foco mediático e intelectual durante los años 2000. Así, el camino socialdemócrata condujo tanto a resultados desastrosos (Brasil) como a resultados exitosos (Uruguay), y lo mismo se podría identificar en el caso populista (Venezuela frente a Bolivia). Si la división entre socialdemócratas y populistas no nos sirve para explicar la divergencia, ¿qué podría servirnos?

La tentación autocrática tiende a aislar a los líderes de los clásicos mecanismos de responsabilidad que proveen candados contra la corrupción y la implementación de políticas públicas inadecuadas.

Desde una perspectiva comparada, los casos con finales trágicos comparten dos tipos de errores inexcusables. El primero es lo que podríamos llamar la “tentación autocrática”, esto es: la noción ilusoria de que un líder redentor puede no sólo pretender hablar y actuar en nombre de todo el “pueblo”, sino que además esa pretensión es perpetua – que es imposible que el ajuste perfecto entre líder y pueblo sea alterado por las circunstancias. Independientemente de la popularidad del líder, la tentación autocrática da lugar a un conjunto de distorsiones autoritarias, como acabamos de ver con Nicolás Maduro en Venezuela y Daniel Ortega en Nicaragua. La tentación autocrática no sólo tensiona los sistemas presidencialistas con pretensiones reeleccionistas permanentes, sino que también genera problemas crónicos con la sucesión del líder dentro del movimiento, como se vio con Rafael Correa en el Ecuador. Además, la tentación autocrática tiende a aislar a los líderes de los clásicos mecanismos de responsabilidad que proveen candados contra la corrupción y la implementación de políticas públicas inadecuadas. El fallo de Venezuela para ajustar su tipo de cambio en pleno caos económico e hiperinflación sirve como ejemplo elocuente de dicho fracaso.

Los partidos de izquierda que incorporan una nueva forma de hacer política pretenden transformar las instituciones existentes, pero en el proceso acaban transformándose ellos mismos, en vez de cambiar a las instituciones.

Un segundo error fatal podría ser definido como la “tentación conformista”. Los partidos de izquierda que incorporan una nueva forma de hacer política pretenden transformar las instituciones existentes, normalmente muy desacreditadas, pero en el proceso de competir por el poder y ejercerlo, acaban transformándose ellos mismos, en vez de cambiar a las instituciones. Para construir coaliciones electorales mayoritarias, los partidos de izquierdas se ven obligados a adaptarse a las instituciones existentes, internalizar sus normas y aventajar a sus rivales en el uso de las prácticas dominantes. El deslizamiento continuo del Partido del Trabajo brasileño hacia la búsqueda de rentas y la captura del poder por sí mismo, y su progresivo alejamiento de los movimientos sociales que habían sido una vez bandera de la plataforma del partido, es quizás el ejemplo más paradigmático. Otra variante de esta tentación conformista puede ser observada en el declive del Partido Socialista chileno, cuyos gobiernos hicieron poco por cambiar la herencia neoliberal recibida (más bien, la reprodujeron), con el resultado de ser superados por su flanco izquierdo por la movilización masiva de los estudiantes contra las desigualdades educativas y sociales. Ambos partidos han pagado un precio muy alto por preocuparse de mantenerse en el poder a costa de renunciar a traducir sus compromisos programáticos en políticas públicas que realmente hubieran contribuido al cambio social y político.

Cierto, aún no sabemos si Evo Morales y el MAS, su partido-movimiento, serán capaces de evitar en Bolivia los efectos más dañinos de la tentación autocrática. Pero lo que singulariza a Bolivia frente a las experiencias fallidas dentro del campo populista es la misma característica que sirve para distinguir el éxito de Uruguay dentro del campo socialdemócrata: tanto el MAS como el Frente Amplio fueron capaces de mantener un vínculo fuerte y sólido durante su permanencia en el gobierno tanto con los movimientos sociales como con los votantes más preocupados por la redistribución de recursos. Y algo fundamental que no ha sido adecuadamente tenido en cuenta: esos grupos de la sociedad civil fueron capaces de blindar su independencia frente al poder político y usar su capacidad de movilización política para garantizar que las elites políticas fueran responsables y para establecer contrapesos frente a las tentaciones autocrática y conformista. Los gobiernos de izquierdas en estos dos países, Bolivia y Uruguay, han tenido éxito en desarrollar fórmulas de reducción de la pobreza sin afectar al crecimiento económico, fórmulas que les han asegurado amplias mayorías políticas.

La presidencia de AMLO será diferente en muchos aspectos a las experiencias previas en América Latina, sobre todo si consideramos el grave problema de seguridad y la influencia ejercida por Estados Unidos. En cualquier caso, tendrá que enfrentarse a problemas similares a los que afectaron a otros gobiernos de izquierda en la región.

Es razonable suponer que la presidencia de AMLO será diferente en muchos aspectos a las experiencias previas de sus colegas de bando ideológico, sobre todo si consideramos el grave problema de seguridad que afecta al país y la inolvidable influencia ejercida por su vecino del Norte. En cualquier caso, la actual administración mexicana tendrá que enfrentarse inexorablemente a problemas similares a los que afectaron a otros gobiernos de izquierda en la región. Quizás AMLO y su partido, MORENA, sean capaces de aprender de la experiencia previa para navegar con más suerte a las tentaciones que por desgracia han enterrado tantos proyectos de izquierda.

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