En los inicios de la llamada tercera ola democratizadora, allá por la década de 1980, pareció afianzarse en los países latinoamericanos la idea de que la llegada de los nuevos regímenes traería consigo cambios positivos en diferentes facetas de la vida ciudadana. Una de las frases que el entonces candidato presidencial argentino Raúl Alfonsín acuñó a lo largo de su campaña en 1983 parecía resumir ese espíritu de época: “Con la democracia se come, con la democracia se cura, con la democracia se educa”. Ejemplos similares de este optimismo democrático pueden encontrarse en otros países de la región.
Esta visión positiva, sin embargo, parece haberse disipado después de varias décadas. De manera recurrente durante los últimos años los medios reportan una caída en el apoyo a la democracia entre los latinoamericanos, que, a su vez, ha traído consigo el surgimiento de líderes antiestablishment, antisistema e incluso outsiders que han aprovechado este descontento colectivo y lo han capitalizado para ganar popularidad. Tal es el caso de Jair Bolsonaro, recientemente electo Presidente de Brasil, quien tanto en su discurso como en sus acciones se ha pronunciado de manera abierta en contra de principios básicos de la democracia liberal y de los derechos humanos.
En este contexto, resulta fundamental el análisis de las causas que han despertado este descontento generalizado en la ciudadanía de América Latina. Este breve texto asume dos premisas como punto de partida. La primera es que el nivel de apoyo hacia las democracias depende de manera significativa en cómo la ciudadanía evalúa el desempeño de las instituciones. La segunda, es que dicha percepción sobre el desempeño no necesariamente depende de la evaluación al régimen político en turno, sino de la percepción del funcionamiento del Estado o a las acciones que este implemente en términos de políticas públicas y sus resultados.
El apoyo y la satisfacción con la democracia en América Latina a través del tiempo
Desde el año 1995, la Corporación Latinobarómetro realiza una encuesta anual que recaba las opiniones de la ciudadanía de 18 países latinoamericanos sobre diferentes aspectos de la vida política, económica y social de sus países. El hecho de que ciertas preguntas se incluyan de manera recurrente brinda la posibilidad de construir una cronología que permita comparar la percepción ciudadana a través del tiempo. Una primera cuestión a ser analizada a partir de los datos es la referida a lo que el propio Latinobarómetro denomina “apoyo a la democracia” y que se deriva de la pregunta: “¿Con cuál de las siguientes frases está Ud. más de acuerdo?: a) La democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno; b) En algunas circunstancias, un gobierno autoritario puede ser preferible a uno democrático; c) La gente como uno, nos da lo mismo un régimen democrático que uno no democrático”. En el Gráfico Nº 1 se presentan los porcentajes obtenidos durante el período 1995-2018 para cada una de las opciones de respuesta:
Fuente: Elaboración propia con datos de Latinobarómetro.
En los datos presentados se observa que el apoyo a la democracia como forma preferible de gobierno ha disminuido de manera sostenida durante los últimos años. En 2018, por vez primera desde el inicio de las mediciones, la preferencia por la democracia se ha colocado por debajo del 50% de aprobación. Esta caída tan alarmante en el apoyo hacia la democracia no es un fenómeno nuevo. Tendencias similares, aunque menos sostenidas en el tiempo, se presentaron en la segunda mitad de la década de 1990 y a mediados de los 2000. Incluso hace casi 15 años surgieron análisis que ya alertaban sobre la “crisis” de la democracia en el región. En un contexto global en el que el compromiso con la democracia se encuentra devaluado, este descenso observado en América Latina puede continuar. Sin embargo, aun y cuando es imposible pronosticar una reversión en esta tendencia para el futuro cercano, los datos muestran que esto ha sucedido anteriormente.
El siguiente dato es el referido al grado de satisfacción que los latinoamericanos expresan en relación con la democracia. A diferencia del apoyo mayoritario (aunque en descenso) que la democracia ha tenido en América Latina a lo largo de las últimas décadas (Gráfico Nº 2), el porcentaje de latinoamericanos que se dicen “Muy satisfechos” o “Más bien satisfechos” resulta mucho menor. Incluso, la suma de ambos porcentajes se ha ubicado por debajo del 40% de manera recurrente, con algunas variaciones a lo largo del tiempo.
Fuente: Elaboración propia con datos de Latinobarómetro.
Una posible interpretación de la vinculación entre ambas percepciones sobre la democracia podría llevarnos a la conclusión de que los latinoamericanos siguen prefiriendo a la democracia respecto de otras formas de gobierno (aun considerando la caída en el apoyo evidenciada en los últimos años) a pesar de no estar satisfechos con su desempeño, asumiendo de algún modo la premisa de que el pasado autoritario de la región ha llevado inevitablemente a que sus habitantes consideren a la democracia como algo preferible por definición. La siguiente sección muestra, sin embargo, que esta afirmación no es acertada.
A más satisfacción con la democracia, más apoyo
Para dar cuenta de lo anterior resulta relevante analizar la satisfacción y apoyo por países, puesto que América Latina está conformada por distintas realidades y las percepciones sobre la democracia obedecen igualmente a esta heterogeneidad social y política. Tal y como puede observarse en el Gráfico Nº 3, los grados de apoyo y satisfacción no sólo varían de manera significativa entre países, sino que además se puede observar que, a mayor grado de satisfacción, mayor apoyo a un tipo de régimen democrático.
Fuente: Elaboración propia con datos del Latinobarómetro.
A diferencia de los primeros años de la tercera ola, hoy en día el apoyo que recibe la democracia se deriva de lo que la ciudadanía percibe que el régimen les otorga en el presente.
Hacia el extremo superior derecho se encuentran casos con alta satisfacción y apoyo como Argentina y Uruguay. También Ecuador, aunque llama algo la atención dado que se trata de un país que hasta mediados de los 2000 experimentó una profunda inestabilidad derivada de sucesivas crisis políticas. Hacia el extremo inferior izquierdo se ubican los casos más preocupantes, ya que combinan altos niveles de insatisfacción y un bajo apoyo a la democracia. México y Brasil son los dos ejemplos más claros al respecto. Sólo en algunos casos, como el de Venezuela, no parece observarse esta relación de dimensiones, ya que a pesar de una baja satisfacción, existe un alto grado de apoyo.
La visualización de esta tendencia parece dejar en claro que, a diferencia de lo que podía acontecer en los primeros años de la tercera ola cuando la democracia era vista como preferible en sí misma y por oposición al período autoritario y violento que se dejaba atrás, hoy en día el apoyo que recibe este tipo de régimen político se deriva de lo que la ciudadanía percibe que el régimen les otorga en el presente. Habiendo transcurrido varias décadas desde las últimas experiencias autoritarias, para muchos latinoamericanos estas refieren a un pasado que no vivieron y sólo conocen por los libros de historia. Esto resulta importante para entender que la popularidad de opciones políticas “anti-democráticas” no obedece a una pura irracionalidad por parte de los votantes.
¿Qué hay detrás de la (in)satisfacción con la democracia?
La pregunta que inevitablemente aparece luego de considerar lo anterior es la referida a que está detrás del grado de (in)satisfacción que los latinoamericanos experimentan con la democracia. En otras palabras, ¿al plantear sus percepciones al respecto están pensando en cómo funciona el régimen político o son otros los elementos que entran en juego? Este es un interrogante difícil de responder y en las siguientes líneas propondré una aproximación al asunto.
Mi argumento central sostiene que la (in)satisfacción con la democracia no está necesariamente motivada por la percepción acerca de cómo funcionan las instituciones del régimen político, sino por las evaluaciones que los ciudadanos hacen sobre el desempeño del Estado o del gobierno de turno. Un primer paso es establecer la diferencia entre estos tres conceptos (Estado, gobierno y régimen político) que muchas veces se utilizan como sinónimos.
La (in)satisfacción con la democracia no está necesariamente motivada por la percepción acerca de cómo funcionan las instituciones del régimen político, sino por las evaluaciones que los ciudadanos hacen sobre el desempeño del Estado o del gobierno de turno.
Cuando me refiero al Estado lo hago retomando las líneas generales de la definición weberiana y conceptualizándolo como una asociación de carácter obligatorio que reclama el control (utilizando la violencia legítima) sobre un territorio determinado y la población dentro del mismo. El Estado adquiere materialidad a través de un entramado burocrático que provee bienes públicos.
La noción de gobierno hace referencia al grupo de personas que ocupan posiciones de poder en los órganos del Estado por un tiempo determinado y han accedido a dichos cargos siguiendo ciertos procedimientos. Es importante destacar que cada gobierno implementa políticas a partir de una determinada concepción de cómo debe funcionar el Estado, que tipo de bienes debe proveer, entre otros.
Por último, el régimen político aquellas reglas que establecen como acceden a sus cargos quienes asumen el papel de representar a la ciudadanía en el ejercicio de gobernar. En un régimen democrático la forma de acceder al gobierno es a través de elecciones competitivas en las que el resultado no esté definido de antemano y no se impide por la fuerza la participación de diferentes contendientes.
Para medir la satisfacción con el Estado, el gobierno y el régimen democrático, se seleccionaron una serie de preguntas para cada uno de estos aspectos y se calculó el porcentaje promedio de respuestas positivas/satisfactorias.
El Gráfico Nº 4 presenta el grado de satisfacción de los ciudadanos de los diferentes países con la democracia (considerando la pregunta específica realizada por el Latinobarómetro referida en la primera sección de este texto) así como con el Estado, el gobierno y el régimen democratico (a partir de lo enunciado en el párrafo anterior).
Del análisis surgen algunos datos interesantes. En primer lugar, la distancia entre la “satisfacción con la democracia” (puntos amarillos) y la “satisfacción con el régimen democrático” (puntos azules) presenta importantes diferencias en muchos casos, siendo además que, en casi todos los valores referidos a la primera, son menores que los asociados a la segunda. Sólo para Argentina y Uruguay la satisfacción con la democracia se acerca a la que existe con el régimen político, a pesar de que se observa una mayor y notoria insatisfacción de los ciudadanos con el Estado y el gobierno. En otros casos, por el contrario, el grado de (in)satisfacción con la democracia parece estar más influenciada por las percepciones acerca del gobierno y/o el Estado. Por ejemplo, Brasil, Paraguay, Perú y Venezuela parecen representar esta situación. En el caso mexicano, la visión negativa sobre el desempeño parece estar influenciada por una mala evaluación acerca del gobierno.
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Este ejercicio no es conclusivo y sólo pretende evidenciar la necesidad de analizar de manera más profunda las raíces detrás de la (in)satisfacción de los latinoamericanos con la democracia, puesto que ni la aversión es igual en todos los países, ni las causas son similares, por lo que las medidas para atender el descontento de los latinoamericanos también deben ser diferenciadas. En otras palabras, pensar en recetas únicas para todos los casos puede llevar al fracaso. Sin caer en la falacia ecológica de afirmar, por ejemplo, que para todos los brasileros es más importante la mejora en los servicios del Estado antes que en la calidad de los procesos electorales o que todos los mexicanos tenderán a confiar más en la democracia si cambia su percepción sobre el gobierno, puede ser que en algunos países la percepción mejore si se introducen reformas orientadas a la gobernanza electoral, promover el voto electrónico, una mayor regulación de las campañas o transparentar las finanzas de los partidos (cuestiones muy relevantes, sin duda). En otros, sin embargo, esto puede no tener efectos mayores ya que en realidad insatisfacción tiene su origen en que el Estado no provee los bienes públicos básicos que debería para facilitar el bienestar de la ciudadanía.